Visitando la tumba de Mi Padre, este año es el 15vo. aniversario de su muerte, le deje este caramelo gigante, similar al de la historia.
Era un día frío, Yo acompañaba a mis Padres por el el centro de la ciudad donde crecí, mejor conocido como "El Pueblo". Mi Padre estacionaba el carro en un parquímetro y recorríamos la ciudad a pie, disfrutando de los aparadores de la tiendas. Ese día Yo no me sentía bien, me dolía todo el cuerpo y solo tenia ganas de dormir, cada vez que nos parábamos a ver algún aparador Yo aprovechaba para recostarme sobre las cajas de ropa que las tiendas tenían sobre la acera.
Ya habíamos recorrido "El Pueblo" en su totalidad y casualmente nos paramos a ver un aparador a un costado de una de las tantas Farmacias Benavides, Yo aproveche para recostarme sobre la inmensa caja de ropa que estaba en la banqueta. Mi Padre me miro y le dijo a Mi Madre que mejor nos regresáramos a casa ya que Yo tenia mucha flojera, Mi Madre me toco la mejilla y dijo que me sentía un poco caliente, que mejor entráramos a la botica a ver que me recetaban. Pareciera que me hubieran dicho que me asesinarían porque inmediatamente dije NO! ya me siento bien, pero ya era muy tarde, mis ruegos fueron en vano.
Entrar a la farmacia era entrar a un mundo mágico, ahi en medio de los olores de las medicinas y de alcohol había anaqueles con juguetes, perfumes, bolsas de algodón, gasas, botiquines de primeros auxilios, juegos de maquillajes, dulces y caramelos.... ah! caramelos. No paso desapercibido por Mi Padre que mis ojos se fueron tras esos deliciosos caramelos cuando cruzábamos el pasillo central de la botica, en el fondo de la misma se encontraba el farmacéutico, en esos días era común que se consultara y recetara al mismo tiempo, no se aun si siga esa practica, pero para mi horror ese día a mi me toco recibir consulta.
Detrás del mostrador se encontraba el boticario con su bata blanca, el olor de las medicinas y del alcohol era mas intenso en esa area, Mi Madre le explico los síntomas que Yo presentaba, después de revisarme dio el diagnostico, anginas inflamadas, nada que una inyección de penicilina no arreglara. Pero, un momento, dijo inyección? pastillas, pastillas todas las que sean pero no una inyección. De nada sirvieron mis ruegos, ningún medicamento tomado haría efecto. Ya las lagrimas corrían por mis mejillas, el farmacéutico abrió una pequeña puerta y en cuestion de segundos nos encontrábamos detrás del mostrador Mi Madre y Yo. Mi Padre trataba de alegrarme desde el otro lado diciendo que no sentiría nada, que era como un pellizconcito pero era en vano, Yo solo lloraba, nada lograba convencerme de recibir la tan temida inyección. Finalmente y ya como ultimo recurso Mi Padre dijo las palabras mágicas, si te dejas poner la inyección te compro uno de esos caramelos gigantes.
El piquete dolió lo que duele un piquete a un niño de 10 anos, muchísimo! Todo fue rápido, en unos minutos ya nos encontrábamos de nuevo en el pasillo de la farmacia, con la receta y el recibo para pagar en caja y ahi en un recipiente rebosante se encontraba mi preciado tesoro, el caramelo mas delicioso y gigante que mis ojos hayan visto. Con mis ojos tan abiertos como pude, vi como Mi Padre tomaba uno de ellos y se lo daba a la cajera. Salimos de la botica al frío invernal de la tarde, Mis Padres tranquilos porque ya había recibido mi antibiótico y Yo feliz porque llevaba mi caramelo.